viernes, 26 de diciembre de 2008

LA CIUDAD DE LOS LOCOS LIBERADOS

TRIESTE, EN ITALIA, 30 AÑOS DE MANICOMIOS CERRADOS
Iván Schuliaquer
07.08.2008


En Italia, la célebre reforma impulsada por el psiquiatra Franco Basaglia implicó el cierre de los manicomios reemplazándolos por un tratamiento mucho más abierto y humano de los pacientes con problemas de salud mental. Trieste fue la cuna de esa transformación. Cómo se vive en esa ciudad en la que los locos andan sueltos, caminando por la montaña, o disfrutando de la vista al Adriático. ¿Llegará una experiencia parecida a Buenos Aires?

Desmanicomializar.

La experiencia de Trieste en el tratamiento de los pacientes psiquiátricos, treinta años después.
¿Qué pasaría si un día se cerraran todos los manicomios? Esa pregunta se viene respondiendo en Italia desde hace 30 años, cuando lo que parecía una política revolucionaria para tratar a los que sufren problemas de salud mental pasó de estado utópico a realidad.Trieste es una ciudad italiana de 240 mil habitantes, a 10 kilómetros de Eslovenia, encallada en la montaña y balconeando al Mar Adriático. Si bien el cierre de los neuropsiquiátricos se expandió a todo el país, Trieste es un punto clave porque la ley que decretó las transformaciones iniciadas en 1978 fue impulsada por Franco Basaglia, un psiquiatra que hizo base en la ciudad.Gabriel Romero es un antropólogo argentino que vive en Trieste hace cinco años y que trabaja en una cooperativa encargada de brindar servicios de salud mental en el espacio que antes pertenecía al manicomio. Es operador socioeducativo de personas con problemas de salud mental, que a su vez son portadores de HIV y adictos a la heroína. Cada día, a bordo de una camioneta, recoge a los “usuarios” –como los llaman– para llevarlos hacia el centro de atención en la cima de la montaña, donde además de tratarse con médicos y psicólogos los pacientes tienen espacios de recreo para compartir dentro del pequeño barrio que se armó en los edificios que antes eran de internación.La primera parada es para buscar a Bárbara. Mientras la espera, Gabriel recuerda una vez que tuvo que subir de apurones al departamento de ella para intentar salvar a su novio. Bárbara gritaba “¡Está muerto! ¡Está muerto!”. No hubo nada que hacer; la heroína lo había matado. Una dosis mal preparada lleva a la sobredosis, y ésta a la muerte. Bárbara hoy tiene 40 años. Su ropa y su silueta la hacen más joven. Su cara, más vieja. Vive en uno de los departamentos que pertenecen a la municipalidad y que se alquilan a gente desocupada y de bajos recursos, a 30 euros por mes. Las calles de Trieste caracolean desde el mar hasta la cima de la montaña. En las próximas paradas irán subiendo Francesca, Giovanna y Luca.–Necesito ir al cajero, ¿me llevás?– pregunta a los gritos Francesca a Gabriel.–No, no. Te dejamos acá y nos encontramos arriba– responde el argentino.No bien baja, los tres usuarios que quedan arriba del auto la critican, cumpliendo el rito de una charla cotidiana en cualquier relación interpersonal:–Siempre le pasa algo– dice Bárbara.–Siempre tiene que mostrar que tiene plata– agrega Giovanna. Gabriel cuenta que el sistema propuesto por Basaglia funciona sobre el precepto de que “como ciudadanos, todos tienen derecho a llevar una vida normal”, y que eso chocó contra la concepción anterior: “Todo el que era incómodo para la sociedad iba al manicomio”. Gabriel tiene asignada una cantidad de usuarios que cuentan con su apoyo para, por ejemplo, llevarlos al médico, acompañarlos a una entrevista de trabajo o salir al cine. Los usuarios del servicio al año en la ciudad son 3.500.

LUGAR DE PÉRDIDAS. Franco Basaglia asumió la dirección del hospital psiquiátrico de Trieste en 1971, cuando los internados eran 1.182. Desde ese momento, planteó un diagnóstico claro: “Si la enfermedad mental es en su origen pérdida de la individualidad, es en el manicomio donde el enfermo encuentra el lugar donde se perderá definitivamente, donde será objeto de la enfermedad y del ritmo de la internación”. Así, con grupos interdisciplinarios , preparó el escenario: entre otras cosas suprimió la terapia de shock y eliminó la división entre varones y mujeres. Los pacientes del hospital –“los locos”– participaban de las asambleas en las que se discutían los cambios.Alguna vez Basaglia recordó aquella etapa: “Predominaba la idea de que el loco era peligroso y debía estar encerrado. Por eso el inicio del trabajo consistía en mostrar que las cosas no eran así. Para convencer a la ciudadanía era necesario, sobre todo, poner al loco en la calle, en la vida social. Nosotros necesitábamos crear una situación de tensión para mostrar el cambio que se estaba produciendo”. Para 1977, los internados eran sólo 132. Un año antes, Basaglia ya había anunciado que el cierre del hospital psiquiátrico era inevitable. En 1978 en Italia se aprobó la Ley 180 que estableció el cierre de los manicomios y la apertura de servicios Psiquiátricos de Diagnosis y Cuidado. Un año después Basaglia fue a Roma para coordinar la aplicación de la ley en la región de la capital. En 1980, el hospital psiquiátrico cerró. El padre de ese proceso, Basaglia, murió.

POSTAL MODELO 2008. El centro de salud parece de cuento: árboles frondosos entornando grandes casas pintadas de distintos colores alegres; reposeras para sentarse a mirar la ciudad desde las alturas, o hacia otros lugares de la montaña. A los usuarios se los ve relajados. A unos pasos, un museo abierto relata la historia del lugar: se ven los dispositivos que se utilizaban –casi de tortura– y los planos de seguridad que usaban en aquel momento para que nadie se escapara.El espacio está distribuido en diversos sectores que responden a distintas necesidades y en los que trabajan especialistas de cada tema. Quizás el más shockeante –con perdón del adjetivo– sea el de las dos casas que ocupan los únicos internados permanentes –41 en total– del parque San Giovanni: todos están desde hace más de 30 años y son resultado directo del manicomio y sus prácticas, las que padecen aún hoy.La tele encendida, los ventanales abiertos hacia el bosque. Los cuerpos adultos de los usuarios y sus vestimentas son comunes, su estado de aseo también. La mayoría no tiene la posibilidad de moverse con independencia, muchos babean. “A esa chica –dice Gabriel–, le hicieron una lobotomía después de que su padre la internara porque le gustaban demasiado los varones.” Y a ella, como a los demás, las enfermeras la deben lavar, trasladar de un lado a otro y darle la papilla en la boca, entre otras cosas. –Algunos ya son como hijos para nosotros–, dice María, una operadora, antes de cerrar una heladera repleta, y en pleno operativo limpieza, con guantes y secador de piso incluidos.–¿Cómo es la comunicación con ellos?–Una ya se conforma con las mínimas muestras de afecto o de vitalidad, pero no pronuncian más que balbuceos. ¡Gracias al manicomio!–, cuenta María, entre la bronca y la risa. MÁS INVERSIÓN, MÁS AHORRO. La cantidad de recursos con la que trabajan en el parque San Giovanni de Trieste es efectivamente importante. En la recorrida parece haber más profesionales que usuarios. No obstante, los resultados de la Ley Basaglia también fueron exitosos en términos económicos en Trieste: en estos treinta años el Estado –con un costo del dinero que aumentó doce veces– pasó de gastar 26 de millones de euros al año a 14 millones. Antes eran 524 los operadores y hoy son 235.En el Centro de Salud también hay grupos recreativos que, entre otras cosas, producen remeras que se burlan de los prejuicios sociales hacia los que sufren algún problema mental: “Da vicino nessuno é normale” (De cerca ninguno es normal) u “Ospedale psichiatrico. Alta sorveglianza” (Hospital psiquiátrico. Alta vigilancia). En esa sala, está Ferdinando –de no menos de 60–, quien “precisa el contacto físico”, nos aclaran. Entonces, a cada pregunta, golpea pie con pie y agarra la mano y no la suelta hasta terminar de realizar un interrogatorio que incluye:–¿Cómo te llamás?–¿Cómo se llama tu mamá?–¿De dónde sos?En el centro de salud no hay gritos. Quien haya pasado alguna vez cerca del Moyano, en la ciudad de Buenos Aires, no puede evitar la comparación y el contraste.El bar es un punto de encuentro para los usuarios. Gabriel invita con un café a Flavio que, pese a sus más de 70 años, sigue acercándose a no más de medio metro de cuanta mujer aparezca para mirarla fijo y sonreírle en plan de levante, aunque sus palabras no se entiendan. Él es conocido por bajar caminando hasta el centro de la ciudad. Los operadores intentan convencerlo de que vuelva, ya que para obligar a alguien a recibir tratamiento se precisa la firma del gobernador de la región. Tras el paseo, el caracolear hacia abajo de la montaña dejará a la gran mayoría a orillas del Adriático otra vez. Lo que hoy es cotidiano, hace 30 años –en tiempos del manicomio– muchas veces no tenía vuelta. Era un verdadero camino de ida. Los “locos” andan sueltos en Italia. Son tantos que pocas veces se hacen visibles en el caos contemporáneo. Sin embargo, saben que cuando los pasan a buscar para subir la ladera son usuarios de un servicio que se les presta como ciudadanos. Ya hace años que dejaron de ser maltratados y encerrados por tener cosas que no son de la gente normal.

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